viernes, junio 23, 2006

Cuando los chanchos vuelen

El velorio estaba muy concurrido. La gente consolaba a la madre y los hermanos de Antonio. Al saludarlo, veían en su rostro una mezcla de sentimientos. Tristeza, amargura, y desconsuelo. Se sentían muy tristes por él. Pero lo que se reflejaba en su rostro no era igual a la realidad de su interior. Se sentía raro por dentro. Por Dios! Había muerto su padre y no soltaba una lágrima. La noticia lo había impactado, pero aun así pero no estaba totalmente destrozado. ¿qué pasaba, acaso había odiado a su padre toda la vida y no se había dado cuenta? ¿Acaso lo había odiado tanto que no le causaba dolor saber que estaba muerto? ¿qué simplemente ya no estaba con él?
Salió de la habitación, llegó a la cocina, cogió una taza de café y salió al jardín de la parte posterior. El sol era fuerte. Levantó la vista al cielo, y bebió un sorbo de café.

El sol era fuerte. Ramón dormía y Marta ojeaba una revista. Se escuchó un grito, Marta levantó la vista y se dio cuenta de que los niños estaban jugando- Nieves! Nieves! Vaya pa’ allá- Nieves se levantó y corrió detrás de los pequeños. Inmediatamente vio que Ramón seguía dormido. Sacó un cuchillo, se acercó cautelosamente a Ramón y abrió el congelador. Se hizo un buen emparedado.

El café estaba cargado. Antonio bebió otro sorbo, ya no sabía que pensar. No quería pensar en su padre, ni en su familia, quería hacer algo diferente, cuando se cruzó con Adrián.- Antonio, mi más sentido pésame- dijo Adrián, se acercó y lo abrazó- No, no es necesario- dijo Antonio- yo... yo no quería a mi padre.
-Oe, no digas eso. Yo se que lo querías mucho. Él también te querí...-dijo Adrián pero Antonio lo interrumpió y le derramó la taza de café- déjame sólo ¿sí?- Y regresó a la casa.

Ramón se despertó y prendió la televisión. Se dirigió al baño y se mojó la cabeza. Le gustaba estar totalmente despierto para enterarse de las primeras noticias del día. La noticia del asesinato de un niño a manos de un compañero lo aterró. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Pensó en sus hijos. Se levantó de la cama y fue a verlos. Estaban durmiendo tranquilamente. Pero, realmente dormían? Que eran esas manchas por todo el cuarto? Los llamó. Pero ellos ya no estaban entre nosotros, como tampoco lo estaba Marta, la esposa, la madre...la asesina.


Antonio se sentía mal por no poder expresar sentimientos. Subió al cuarto de sus papás para tratar de recordar si éste le había dicho algo la noche anterior. La puerta estaba abierta. Prendió la luz, y rebuscó entre las cosas. Rato después reparó en aquella pequeña caja blanca. Pastillas para dormir, pensó. Las tomaría su padre o su madre. No él mismo. Últimamente no se había enfermado. Tampoco había tenido que tomar nada, salvo el café que le había derramado a Adrián.

De pronto, Ramón supo que hacer, cogió una maleta, la llenó rápidamente, cogió unos billetes, llamó a Nieves, le puso la correa, salió, y cerró la puerta. Fue a la tienda de la esquina y pidió una caja de pastillas para dormir. El vendedor no le quería dar nada, lo tuvo que golpear. Ya en el auto, la perra ladraba muy fuerte, y no se callaba. A Ramón se le ocurrió darle las pastillas a ver si se callaba.
Al cuarto de hora, tiró el cadáver a un basural. Había matado a la perra. Pastillas para dormir.

Antonio bajó las escaleras y no le gustó lo que vio. Su madre se había puesto histérica: gritaba a los cuatro vientos que había sido su culpa, que no se llevaban bien hace tiempo, que lo engañaba. Antonio fue a refugiarse a su cuarto. Buscó un cigarro, para calmarse. Nada. En el otro bolsillo. Que es esto? Encontró una pequeña caja blanca.

Esa noche, gracias a las pastillas, pudo dormir tranquilamente. Al día siguiente, su cuerpo helado yacía sin vida, y junto a él, una pequeña caja blanca. Pastillas para dormir.

Fin

lunes, junio 19, 2006

LOS DADOS ETERNOS

Para Manuel González Prada, esta
emoción bravía y selecta, una de las
que, con más entusiasmo, me ha
aplaudido el gran maestro.


Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
Dios míos, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

CÉSAR VALLEJO